Las luces de los autos pasaban tan fugaces como todas las anteriores veces que su mente pretendió traerlo hasta allí. Lucía muy fácil, y tan difícil a la vez. Un par de farolas se apagarian esa noche. Debía elegir bien el momento. Esa noche tendría un desenlace fatal. Fuera cual fuere, solo uno sería el correcto. Los últimos metros requerían esfuerzo. 5 de una subida empinada, y 3 de una lucha mental donde se convencía de que no merecía esa muerte. Merecía más. Merecía dolor. Pero al fin y al cabo ya estaba allí, y le había tomado años recolectar las agallas. Veía aproximarse el auto. Una gandola sin luces venía a su derecha. Si se acobardaba a última hora, tirarse al pavimento seria su salvación. Del otro lado tenía una dolorosa caída de 5 metros: el risco por el que acababa de treparse a la autopista. Si bien no le mataría, le enseñaría a comprometerse con su despedida. Pero por el momento le bastaba. No veía bien el auto pero podía jurar que era un taxi, modelo Cielo.
No es el mal humor, ni mi yo soñador. Quizá sea la conciencia de la bruma que me poseyó.